TAMAÑO DEL UNIVERSO (IV)

Como hemos visto en los capítulos anteriores, la idea que el hombre tenía del Universo había evolucionado grandemente desde los griegos hasta Copernico, pero en el siglo XVIII aún permanecía viva la creencia en una bóveda solida que lo limitaba y que contenía incrustadas a las estrellas como puntos fijos y luminosos, bóveda que se encontraba más allá de los confines del sistema solar.
Pero pronto empezaron a aparecer argumentos que inducían a pensar que las distancias entre las estrellas y la Tierra no eran fijas, y que estas se encontraban distribuidas a lo largo y ancho de un espacio grande y el Universo no tenía limite concreto.
uno de estos argumentos fue la variación del brillo de las estrellas, hecho que todos podemos contemplar a simple vista. En principio, sí se suponía que todas las estrellas emitían la misma luminosidad, cabría suponer que la diferencia en su brillo podía ser debida exclusivamente a la distancia. Las más cercanas aparecerían más brillantes que las lejanas por el mismo motivo que una luz cercana parece más luminosa que una distante. Sin embargo, es verdad, que nada hacia suponer que todas las estrellas fuesen iguales, pudiendo resultar que todas estuviesen a la misma distancia y que su diferencia de brillo fuese por constitución, lo mismo que hay bombillas más potentes y luminosas que otras.
La estrella alfa del Canis Major es la estrella Sirio
Sin embargo hubo un hecho que desestimo la hipótesis de la equidistancia de las estrellas, y fue que en 1.718 el astrónomo Halley observo  que por lo menos tres estrellas (Sirio, Procyon, y Arturo), no se encontraban en el mismo mapa estelar que habían confeccionado los griegos, aceptando como hecho comprobado, que estas estrellas se habían movido en los últimos 2.000 años. Su movimiento era extremadamente lento, pero era evidente que no se trataba de estrellas fijas, sino que poseían un movimiento propio.
La existencia de estrellas con movimiento propio, supuso un gran golpe contra la creencia de un cielo solido e inmutable, y se empezó a pensar que las estrellas no están sujetas a la bóveda celeste, y que posiblemente la tal bóveda no existiese.
Sin embargo, aún no estaba la cosa tan clara, por que el hecho de no estar pegadas a una bóveda solidad, no excluía la posibilidad de que todas estuviesen situadas más o menos a la misma distancia, circulando por una estrecha franja de espacio.
Ahora bien, que fuesen pocas las estrellas que presentaban movimiento propio, y que a su vez estas fuesen de las más brillantes del cielo, hizo pensar que son precisamente las más cercanas las que nos permiten percibir su movimiento propio, y que más allá de estas se encuentran miles, demasiado alejadas para que podamos percibir sus cambios de posiciones, incluso a lo largo de varios siglos.
Con todo esto, se fue abriendo paso cada vez con más fuerza, que no existía bóveda celeste y que las estrellas se distinguían a lo largo y ancho de un enorme espacio, y si esto era así, el paso siguiente era ver si se podían determinar las distancias a que se encontraban.

Sin embargo la posibilidad de utilizar el paralaje estelar (paralaje es la desviación angular de la posición aparente de un objeto, dependiendo del punto de vista elegido) como método para el calculo  de estas distancias, no era posible en aquella época con los instrumentos que se tenían, ya que este resultaba extremadamente pequeño.
Pero a medida que el tiempo fue avanzando y los telescopios se fueron perfeccionando, aumento las esperanzas de poder determinar la distancia de alguna de las estrellas más próximas. 

Continuaremos en la siguiente publicación donde daremos un gran avance en este tema.